octubre 12 2020

La Muerte y la Turbación

Vivimos en un mundo material que tiene un comienzo, el nacimiento, y un fin, la detención de las funciones vitales del cuerpo físico.

Entendemos esta muerte según diferentes formas de pensamiento que van desde el materialismo puro que predica la nada, es decir la desaparición total y definitiva del Yo, de la conciencia y de los sentimientos, hasta las múltiples corrientes filosóficas o religiosas que permiten esperar una supervivencia del alma, tanto en estado individualizado como pudiendo integrarse en un gran todo para confundirse con el conjunto.

El espiritismo, como ciencia y filosofía, aporta una respuesta clara y precisa a este acontecimiento ineluctable y, al afirmar la supervivencia del alma, revela una realidad muy diferente a las suposiciones científicas, filosóficas o religiosas sobre este asunto.

¿Qué pasa en el momento de la muerte?

¿Qué vive el espíritu en ese momento preciso?

¿Cómo vive su muerte?

¿Qué siente?

¿Qué percibe?

¿Está consciente de su nuevo estado?

¿Pueden sufrir los Espíritus en el más allá?

De ser así, ¿por qué razones y cómo podemos ayudarlos?

Tantas preguntas, a las cuales responderemos en este artículo, por supuesto a la luz del espiritismo definido por Allan Kardec y los precursores, así como por nuestra experiencia** de cuarenta años de comunicación.

Recordemos en primer lugar los tres componentes del ser, ya definidas en su tiempo por Allan Kardec y que son: el cuerpo físico que conocemos bien, el espíritu y el periespíritu.

El espíritu es una entidad espiritual individualizada que tiene un principio, el de la creación divina.

Para crecer en conciencia y en amor, y un día llegar al absoluto divino en total comprensión, el espíritu necesita vivir múltiples experiencias en la materia; y para que pueda integrarla, necesita un intermediario, una envoltura semi-material compuesta de materia muy tenue, de baja densidad, el periespíritu.

Este periespíritu acompaña al espíritu a lo largo de su camino reencarnacionista, tanto en la materia como en el más allá, y le permite igualmente manifestarse a los vivos, aunque esté despojado de su cuerpo físico.

Habiendo hecho este recuerdo, examinaremos lo que sucede cuando sobreviene la muerte.

Ésta implica en forma irremediable la separación entre el espíritu y el cuerpo físico, por ruptura del vínculo fluídico que los une.

La separación

Ésta nunca es violenta.

El periespíritu se desprende poco a poco de todos los órganos, la separación no es completa y absoluta sino cuando ya no queda ningún átomo del periespíritu unido a un átomo del cuerpo físico.

Esta separación puede hacerse más o menos fácilmente o más o menos dolorosamente.

¿Por qué hablar de dolor? La separación dolorosa que podría sentir un Espíritu dependerá entonces de la fusión más o menos importante que exista entre el cuerpo y el periespíritu, y esa sensación dolorosa dependerá igualmente del grado de dificultad y lentitud que presente esa separación.

En la muerte natural, la que resulta de la extinción de las fuerzas vitales por edad o enfermedad, el desprendimiento se operará gradualmente.

Para algunos, en quienes los pensamientos ya se han desprendido parcialmente de la vida terrenal, la separación se hará mucho más fácilmente.

Por el contrario, otros se aferrarán a la materia pues no ven nada más allá.

En lugar de entregarse a la muerte que llega, van a luchar y así prolongan su agonía.

En este caso, podemos decir que en el pensamiento del espíritu se instala antes de la muerte una forma de turbación, debida a la incertidumbre en la que se encuentra y a la angustia de su porvenir.

La muerte llega y todo no ha terminado.

La turbación sigue, pues el espíritu siente que vive, pero ya no sabe si es la vida material o la vida espiritual.

Resumamos con los siguientes casos, que pueden verse como situaciones particulares, y entre los cuales hay una multitud de matices que no hay que descuidar: si en el momento de la muerte, el desprendimiento del periespíritu se opera completamente, el alma no sentirá nada.

Ejemplo: la muerte durante el sueño.

Cada noche, nosotros nos desincorporamos en varias fases, durante el equivalente de unas dos horas, en las cuales abandonamos nuestro cuerpo físico para ir al más allá, para regenerarnos en ese entorno vibratorio que es nuestra verdadera naturaleza.

Si la muerte sobreviene en ese preciso momento, el espíritu no siente la violenta separación del cuerpo físico, por estar ya fuera de la materia.

En cambio, si en el momento de la muerte, es total la fusión entre el cuerpo y el periespíritu, se produce una suerte de desgarramiento que repercute dolorosamente sobre el alma.

Para apuntalar estas palabras, citaremos el caso de nuestra vecina, fallecida con más de ochenta años y que luchó varias semanas porque no quería morir.

Se aferraba a la menor parcela de vida y, por eso, sufría la situación que supuso una larga agonía y un sufrimiento para su espíritu.

En cambio, si la cohesión es débil, la separación se vuelve fácil y se opera sin sobresaltos.

Fue el caso de una de nuestras amigas espíritas que sabía que encontraría a su esposo, fallecido antes, y sólo esperaba el momento en que por fin pudiera encontrarlo.

En ese caso, el espíritu se despega del cuerpo sin sufrimientos y vuela hacia su nueva vida.

Pero la muerte no se clasifica, como en gavetas, únicamente en estas categorías.

Existe una multitud de matices de acuerdo con la psicología y lo vivido por cada ser humano.

El estado moral del espíritu es pues la causa principal que influye sobre la facilidad o dificultad del desprendimiento.

La afinidad, el grado de fusión entre el cuerpo y el periespíritu está en razón del apego del Espíritu a la materia.

Está al máximo en el humano que privilegia los goces materiales; y es casi nula en la persona que consciente o inconscientemente, sabe o intuye que es otra cosa además de materia.

¿Qué sucede cuando el corazón deja de latir? La detención del corazón provoca siempre la impresión de una caída que es sentida por todos los Espíritus cualesquiera que sean. En ese momento, el Espíritu tiene la sensación de girar a gran velocidad y caer.

¿Cómo puede tener esa sensación física cuando ya no está en su cuerpo? Siempre gracias al periespíritu y a la materia tenue que lo compone. Cada una de las células de la materia, ya sea periespiritual o no, puede vibrar y girar a gran velocidad. Es ese movimiento lo que siente el Espíritu. Entonces, cuando ese movimiento cesa, el Espíritu se encuentra ante la entrada de un túnel largo y estrecho.

Una luz de baja intensidad centellea en su extremo.

Si penetra el túnel y llega a la luz, encontrará a los seres que ha amado, parientes, amigos y, sobre todo, a su guía espiritual para continuar así su camino evolutivo en el otro mundo.

Se aleja entonces de las vibraciones terrenales y vive la vida de los Espíritus conscientes de su estado espiritual.

Numerosos Espíritus franquean el túnel, pero en este artículo nos interesamos en los que no lo cruzan.

La no entrada en el túnel está vinculada a dos hechos establecidos.

  1. El primero es que el espíritu conserve en su nivel de conciencia, los bajos instintos que lo impulsan a hacer el mal. Se dice de él que es un mal espíritu.
  2. El segundo es que el espíritu puede seguir reviviendo sus últimos momentos, sobre todo cuando la muerte ha sido violenta. Es lo que se llama estado de turbación.

La turbación

Puesto que el espíritu piensa, ve y oye, tiene entonces la sensación de no estar muerto.

Lo que aumenta su ilusión, es que se ve con un cuerpo semejante al precedente en la forma, pero no analiza, no comprende la naturaleza etérea de su envoltura periespiritual que, recordemos, es el doble de su cuerpo físico.

Él cree que ese cuerpo que ve es compacto y sólido como el primero.

El Espíritu que acaba de morir, transporta consigo todo lo que acaba de ser vivido, una vivencia que sigue siendo el presente y es así como nace la turbación.

Su duración es indeterminada; puede variar de algunas horas a años.

En la medida en que la turbación se disipa, el espíritu se encuentra en el estado de un hombre que sale de un profundo sueño; las ideas son confusas, vagas e inciertas.

Ve como a través de una niebla, y poco a poco la vista se aclara y retorna la memoria, dependiendo de los individuos.

El Espíritu recupera la memoria y la lucidez de sus ideas a medida que desaparece la influencia de la materia de la que acaba de desprenderse y se disipa la especie de niebla que oscurece sus pensamientos.

En este caso particular, el despertar será tranquilo y le ofrecerá una sensación de paz.

Entonces el espíritu se reconoce.

Cruzará entonces el túnel e irá hacia su nueva vida.

Pero ese despertar puede ser diferente; puede estar impregnado de ansiedad y producir el efecto de una pesadilla en relación con los remordimientos, los rencores, o un sentimiento de haber cometido errores e injusticias.

La turbación presenta, pues, características particulares, según el carácter de los individuos y según el tipo de muerte.

Está vinculada directamente al estado moral del espíritu, a su evolución espiritual y a su forma de pensar.

Desde hace cuarenta años, nuestro Círculo**, se ha comunicado, y se comunica, con numerosos Espíritus.

Cuando la puerta del más allá está abierta, puede manifestarse toda clase de Espíritus, buenos o malos, bienaventurados o en turbación.

Para ilustrar esa turbación, que a veces está relacionada con las creencias religiosas, hemos tenido oportunidad de ayudar a muchas entidades prisioneras de sus creencias, y entre ellas a un personaje conocido, el espíritu Louis de Funès (*) que seguía girando sobre sí mismo, rodeado de imágenes piadosas y de cirios.

Su devoción era el origen de su turbación, pues demasiado apegado a los artificios de la Iglesia, seguía cerca de la iglesia y del cementerio donde había sido enterrado.

El pensamiento puede ser materialista.

Así ayudamos a un Espíritu que, durante su vida, siempre había codiciado la casa de uno de sus vecinos sin poder adquirirla nunca.

Una vez fallecido, su deseo siempre seguía siendo ardiente.

Ocupó la morada, haciéndola suya, y molestó a los ocupantes con movimientos de objetos y diversos golpes.

La voluntad de posesión material le había causado una profunda turbación que le impedía reflexionar sobre su nuevo estado, es decir, su muerte efectiva.

Igualmente, la turbación puede estar vinculada a la educación.

Una forma de pensamiento educativa impregnada de gran rigor y olvido de sus sentimientos, dentro de una moral estricta, puede dar origen a una turbación.

La turbación también puede estar ligada a la forma de muerte.

He aquí lo que nos dijo un Espíritu fallecido en un accidente de automóvil, antes de que lo sacáramos de su turbación:

“Está duro, hace calor.

Me duele.

Tengo los huesos quebrados.

Hace calor, me duele.

Siento el hierro y la gasolina, me ahogo.

Estoy en un ataúd de acero con grandes dientes que me arrancan la piel.

Siempre demasiado rápido, siempre demasiado rápido.

Esto gira, esto gira”.

¿Cómo explicar que ciertos Espíritus salgan más fácilmente de la turbación que otros? Eso depende de las oraciones que puedan decir los vivos por esos Espíritus, pero también de la naturaleza misma de cada individuo dentro de su propia reflexión.

Es cierto que ante una muerte idéntica, dos Espíritus de diferente evolución no la vivirán de la misma manera.

Tomemos el ejemplo de Anwar El Sadat, asesinado, que pocos días después de su muerte se manifestó al Círculo**.

La evolución moral de este Espíritu, y el reconocimiento al estado consciente de su paternidad divina, de lo cual da testimonio repetidas veces en su autobiografía, le permitió tener una turbación de corta duración.

La salida de la turbación depende igualmente del posible o imposible contacto con el guía. Ciertos guías no llegan a entrar en contacto con sus protegidos pues no pueden alcanzar las vibraciones en que estos últimos se encuentran.

He aquí el ejemplo de una joven a quien conozco, ella no es espírita pero está abierta a esta filosofía.

Me manifestó que había visto cerca de ella, en la noche, a un hombre que la miraba, que no parecía mal intencionado, pero que la miraba fijamente.

Por su descripción, correspondía a uno de sus antiguos vecinos, fallecido algunos años antes, al que no había conocido nunca pero que yo sabía que había habitado en el mismo edificio.

Le expliqué que podía ser un Espíritu en turbación y que era preciso ayudarlo a encontrar la luz y abandonar el lugar donde había vivido.

Lo cual ella hizo concienzudamente, y siguiendo mis consejos, rezó diariamente, le habló con el pensamiento, y ese deseo sincero transformado en vibraciones, pudo alcanzar a ese Espíritu que, después de varios días, no se manifestó más.

Había encontrado su más allá.

La oración puede ser individual, pero también colectiva en lo que llamamos cadena fluídica.

Para ayudar a una persona que acaba de morir, y permitirle alcanzar su más allá, basta con tomarse de las manos, tres personas mínimo, poner un fondo musical, pensar durante tres o cuatro minutos en el que acaba de fallecer, visualizar el túnel y la luz que está en su extremo, e impulsar al Espíritu por ese túnel, hacia la luz, acompañarlo con nuestros pensamientos sinceros sobre la ayuda a aportar, simplemente pensamientos de amor que le llegarán y le ayudarán a ir hacia su nueva vida. Esta cadena deberá ser repetida varias veces.

Si ese género de acción fuera generalizado, aceptado y comprendido por cada uno de nosotros, evitaría la turbación a buen número de nuestros desaparecidos.

En el marco espírita se practican sesiones de liberación, con la participación de espíritas preparados, conscientes del acto que se cumplirá con dificultad y que está lejos de ser anodino.

Estas sesiones representan un acto importante en la comunicación espírita, en la medida en que permiten ayudar a los Espíritus en turbación así como a los malos espíritus.

Así, a través de médiums que prestan sus cuerpos para estas manifestaciones, las entidades en turbación son ayudadas a despertar a su nuevo estado.

En este tipo de sesión, a través de un trance, el médium es el catalizador del sufrimiento de estos Espíritus que se manifestarán en el gesto y el grito para llegar finalmente a su liberación.

Durante la sesión, ellos están acompañados por nuestras presencias y nuestros pensamientos, así como de los de todos los guías que les esperan.

Es una comunión entre el más allá y los espíritas, para una liberación que responde al precepto cristiano “Amaos los unos a los otros”, dentro de una solidaridad entre nuestros dos mundos.

Y luego, aparte de las acciones humanas, los Espíritus se proponen igualmente por misión llegar directamente a las entidades en turbación, tratando de despertarlas a su nuevo estado aunque no siempre lo consiguen.

Existe otro caso particular un tanto peculiar: los Espíritus en turbación pueden ser ayudados por el mundo animal.

Fue el caso de Diane Fossey (etnóloga norteamericana 1932-1985) que salió de su turbación gracias a sus amigos gorilas que, con sus gritos y gruñidos pudieron llamar su atención y descubrirle su nueva vida.

He aquí su testimonio recibido en escritura en 1989:

“Sepan, mis caros amigos, que en el más allá existe una solidaridad animal que acoge a ciertos Espíritus, y que puede liberarlos de su turbación debida a la desencarnación.

Fui asesinada por los cazadores furtivos cuando desde hacía muchos años, junto con mi esposo, defendía la supervivencia y la salva- guarda de la fauna.

Mi marido falleció antes que yo, asesinado también por estos mismos perseguidores de las bestias salvajes, que las utilizan y las revenden, con fines lucrativos.

John y yo fuimos salvados por esos mismos animales que defendíamos.

Fue maravilloso y quiero dar testimonio de ello.

La agresión sufrida me sumió en una profunda turbación, en una dolorosa y repetitiva pesadilla.

No conocía mi muerte, la ignoraba.

Sufría aquellos últimos momentos vividos, cuando oí quejidos y rugidos muy conocidos de mi persona.

Esos animales, en gran número, se adelantaban hacia mí, al final de un gran túnel; mi marido los acompañaba.

Con este reconocimiento familiar salí poco a poco de mi entorpecimiento.

El amor que yo había dado a ese reino me esperaba en el amoroso y eterno compartir.

Amigos míos, estoy feliz por mi trabajo cumplido para la felicidad de los animales.

Es la misión de ciertos hombres en esta Tierra y ella tiene su razón de ser.

No es ni superior, ni inferior a otra misión.

Lo esencial es realizarse en lo que se había emprendido, comprometido y decidido antes del retorno”.

Y finalmente, cada noche antes de dormirnos podemos pensar en ayudar a los Espíritus a franquear el túnel.

Antes de dormir, piensen en la desincorporación que tendrá lugar durante su sueño.

Piensen que entran en el túnel y que las almas sufrientes que aún no han encontrado la salida pueden ser ayudadas por su fuerza, por su presencia, pues aún están muy cerca de nuestras naturalezas humanas.

Piensen llevarlos así con ustedes hacia la luz.

Así podrán participar en la evolución más rápida de las almas en el más allá, y el fin de su turbación.

Ustedes lo habrán comprendido, el espiritismo no se limita a la comunicación con un más allá consciente que viene a instruirnos y hacernos reflexionar sobre el sentido de la vida.

El espiritismo, es también la ayuda que se da a todos estos Espíritus que son nuestros hermanos y cuyas almas sufren en diferentes grados, ya sea por falta de amor o por todas las faltas inherentes a nuestra inferioridad moral.

Ustedes también pueden ayudarlos, no duden entonces en rezar, y su deseo sincero se traducirá en vibraciones que podrán abreviar su sufrimiento y dirigirlos hacia su más allá.

Por Catherine Gouttière – Traducción de Ruth Neumann

(*) Actor cómico francés de origen español fallecido en 1983. (N. del T.)

Publicado en la revista Le Journal Spirite en Español. La Revista del **Círculo Espírita Allan Kardec de Nancy (Francia). Nº 98 Octubre – Diciembre de 2014. http://www.spiritisme.com/le-journal-spirite/

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Publicado 12 octubre, 2020 por Reproducciones en la/s categoría/s "Espiritismo", "Le Journal Spirite en español

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