Comunicación mediúmnica: ֎ Espíritus felices ֎ El señor Sanson
(Cámara mortuoria, 23 de abril de 1862.)
Evocación.
Respuesta: Acudo a vuestro llamado para cumplir mi promesa.
Querido señor Sanson, cumplimos con satisfacción el deber de evocaros lo más prontamente posible después de vuestra muerte, como era vuestro deseo.
Es una gracia especial la que Dios concede a mi Espíritu para que pueda manifestarse. Agradezco vuestra buena voluntad, pero estoy débil y tembloroso.
Habéis sufrido tanto que podemos, supongo, preguntaros cómo os halláis ahora. ¿Sentís aún vuestros dolores? Si comparamos la situación actual con la de dos días atrás, ¿qué sensaciones experimentáis?
Mi situación es muy afortunada, pues ya no siento los antiguos dolores. Me encuentro reconstituido, renovado, como decís vosotros. La transición de la vida terrenal a la vida de los Espíritus me dejó al principio en un estado inexplicable, pues a veces quedamos privados de la lucidez durante muchos días. No obstante, antes de morir, le pedí a Dios que me permitiera dirigirme a los seres que estimo, y Dios me escuchó.
¿Al cabo de cuánto tiempo habéis recobrado la lucidez de las ideas?
Al cabo de ocho horas. Dios, repito, me ha dado una prueba de su bondad, al considerarme más digno de lo que yo merecía, de modo que no sé cómo he de agradecerle.
¿Estáis perfectamente convencido de que no pertenecéis más a nuestro mundo? En ese caso, ¿cómo constatáis vuestra situación?
¡Oh!, por cierto ya no soy de vuestro mundo, aunque siempre estaré a vuestro lado para protegeros y sosteneros, con el fin de que prediquéis la caridad y la abnegación que han sido las guías de mi vida.
Más adelante enseñaré la verdadera fe, la fe espírita, que debe elevar la creencia del justo y del bueno.
Me siento fuerte, bastante fuerte, transformado, en una palabra.
En mí ya no reconoceréis al anciano enfermo que todo debía relegar, que eludía el placer y las alegrías.
Soy Espíritu; mi patria es el espacio, y mi porvenir es Dios, que irradia en la inmensidad. Me gustaría mucho hablarles a mis hijos, para enseñarles aquello que siempre se negaron a creer.
¿Qué efecto os causa la vista de vuestro cuerpo aquí, a nuestro lado?
¡Mi cuerpo! Pobre y mísero despojo… debes regresar al polvo, mientras que yo conservo el recuerdo de todos aquellos que me estimaron. ¡Veo esa pobre carne deformada, residencia de mi Espíritu, prueba de tantos años! ¡Gracias, pobre cuerpo mío! ¡Has purificado mi Espíritu! Mi sufrimiento, diez veces bendito, me ha concedido un lugar bien merecido, puesto que tan deprisa poseo la facultad de comunicarse con vosotros.
¿Habéis conservado vuestras ideas hasta el último instante?
En efecto. Mi Espíritu ha conservado sus facultades; no veía, pero presentía. Toda mi vida se ha desplegado en mi memoria, y mi último pensamiento, mi última plegaria, ha sido para que pudiese comunicarme con vosotros, como lo estoy haciendo. A continuación le pedí a Dios que os protegiese, a fin de que viera realizado el sueño de mi vida.
¿Habéis tenido conciencia del momento en que vuestro cuerpo exhaló el último suspiro? ¿Qué os ocurrió en ese momento? ¿Qué sensación experimentasteis?
La vida se retira y la vista, o mejor, la vista del Espíritu se extingue. Se encuentra el vacío, lo desconocido. Entonces, arrastrado por no sé qué poder, uno se halla en un mundo donde todo es alegría y magnificencia. Ya no sentía, no comprendía, y sin embargo una felicidad inefable desbordaba de mi ser; me había liberado de la opresión del dolor.
¿Tenéis conocimiento… (de lo que me propongo leer junto a vuestra tumba)? Nota: Apenas pronuncié las primeras palabras de la pregunta, el Espíritu respondió antes de que yo hubiera concluido. E hizo más: sin que mediara una pregunta al respecto, respondió a una disputa que se había suscitado entre los concurrentes, sobre si sería oportuno leer esta comunicación en el cementerio, en presencia de personas que podrían no compartir nuestras convicciones.
¡Oh, sí, amigo mío! Lo sé, porque os he visto tanto ayer como hoy. ¡Mi satisfacción es inmensa!… ¡Gracias, gracias! Hablad, para que me comprendan y os estimen. Nada tenéis que temer, pues la muerte inspira respeto… Hablad, pues, para que los incrédulos tengan fe. Adiós. ¡Hablad con valor y confianza!… ¡Cuánto deseo que mis hijos se conviertan a esta creencia venerada!
SANSON
Durante la ceremonia del cementerio, el señor Sanson dictó las palabras siguientes:
“No os dejéis atemorizar por la muerte, amigos míos. Constituye una etapa de la vida, si supisteis vivir bien.
Es una felicidad, si la habéis merecido justamente y habéis cumplido bien vuestras pruebas.
Os reitero: ¡Valor y buena voluntad! No atribuyáis a los bienes terrenales más que una insignificante importancia, y seréis recompensados. No es posible gozar desmesuradamente sin usurpar el bienestar de los demás y sin hacer moralmente un inmenso mal. ¡Que la tierra me sea leve!”
II (Sociedad Espírita de París, 25 de abril de 1862.)
Evocación.
Respuesta: Estoy cerca de vosotros, mis amigos.
Nos quedamos muy felices con la entrevista que hemos tenido el día de vuestro entierro, y puesto que lo permitís, quedaremos más felices aún de completarla, para nuestra instrucción.
Estoy dispuesto, y me siento feliz de que penséis en mí.
Todo cuanto pueda ilustrarnos sobre el estado del mundo invisible, y que contribuya a que lo comprendamos, es para nosotros una gran enseñanza, pues la idea falsa que se tiene del mundo invisible conduce, la mayoría de las veces, a la incredulidad. No os sorprendan, por lo tanto, las preguntas que os haremos.
No me sorprenderé, y aguardo vuestras preguntas.
Habéis descripto con meridiana claridad la transición de la vida a la muerte. Habéis manifestado que en el momento en que el cuerpo exhala el último suspiro, la vida se quiebra y la visión del Espíritu se extingue. Ese momento, ¿está acompañado de alguna sensación penosa, dolorosa?
Sin duda, pues la vida es una serie continua de dolores, y la muerte es su complemento. De ahí que sea un desgarramiento violento, como si el Espíritu debiera realizar un esfuerzo sobrehumano para liberarse de su envoltura, esfuerzo que absorbe todo nuestro ser y le hace perder el conocimiento de lo que ocurre.
NOTA. Esta regla no se aplica a todos los casos. La experiencia ha demostrado que muchos Espíritus pierden el conocimiento antes de expirar, y que la separación se produce sin esfuerzo en aquellos que han alcanzado un cierto grado de desmaterialización.
¿Sabéis si existen Espíritus para los cuales el momento de la muerte es más doloroso? Por ejemplo, ¿es más penoso para el materialista, es decir, para aquel que cree que en ese momento todo se acaba para él?
Eso es cierto, porque el Espíritu preparado ya ha olvidado el sufrimiento, o mejor dicho, ya se ha habituado a él, y la serenidad con que afronta la muerte le impide sufrir doblemente, porque sabe lo que le aguarda. El dolor moral es el más intenso, y su ausencia en ocasión de la muerte constituye un gran alivio.
Aquel que no cree se asemeja al condenado a la pena capital, cuyo pensamiento sólo ve la cuchilla y lo desconocido. Existe similitud entre esa muerte y la del ateo.
¿Hay materialistas tan empedernidos que creen seriamente, en ese momento supremo, que serán sumergidos en la nada?
No cabe duda de que algunos creen en la nada hasta el instante supremo. No obstante, en el momento de la separación, el Espíritu sufre un cambio profundo: la duda se apodera de él y lo atormenta, pues se pregunta qué va a ser de él. Quiere comprender algo, y no lo consigue. La separación no se completa sin esa impresión.
NOTA. En otra ocasión, un Espíritu nos hizo la siguiente descripción de la muerte de un incrédulo:
“El incrédulo empedernido experimenta en los últimos instantes la angustia propia de esas pesadillas terribles en las que uno se ve al borde de un abismo, a punto de precipitarse en él. Se esfuerza en huir y no puede.
Procura sostenerse de algo, pero no encuentra apoyo y siente que se desliza hacia las profundidades. Quiere gritar, pero ni siquiera consigue articular un sonido. Entonces vemos que el moribundo se contorsiona, crispa las manos, suelta gritos ahogados, síntomas seguros de la pesadilla de la que es víctima.
En las pesadillas comunes, el despertar os libera de la desesperación, y os sentís aliviados al comprender que apenas soñabais. En cambio, la pesadilla de la muerte se prolonga a menudo por un largo tiempo, incluso durante años, y lo que hace más penosa aún la sensación para el Espíritu son las tinieblas en que se encuentra sumergido”.
Habéis manifestado que en el momento de la muerte ya no veíais, sino que presentíais. Es comprensible que ya no vieseis corporalmente. Sin embargo, antes de que se extinguiera la vida, ¿no entreveíais los resplandores del mundo de los Espíritus?
Eso es lo que dije anteriormente: el instante de la muerte confiere clarividencia al Espíritu. Los ojos dejan de ver, pero el Espíritu, que posee una visión mucho más profunda, descubre instantáneamente un mundo desconocido, y la verdad, que brilla de súbito, le da momentáneamente una inmensa alegría o una pena inexplicable, según el estado de su conciencia y el recuerdo de la vida transcurrida.
NOTA. Se trata del instante que precede a aquel en que el Espíritu pierde el conocimiento, lo que explica el empleo de la palabra momentáneamente, pues las mismas impresiones agradables o penosas se prolongan tras el despertar.
¿Podríais decirnos qué os impresionó, qué visteis en el momento en que vuestros ojos se abrieron a la luz? ¿Podríais describirnos, si fuera posible, el aspecto de las cosas con que os encontrasteis?
Cuando pude volver en mí y ver lo que había delante de mi vista, quedé como deslumbrado, sin llegar a comprender, porque la lucidez no se recupera repentinamente.
No obstante, Dios, que me dio una prueba de su inmensa bondad, permitió que yo recobrara las facultades. Me vi rodeado de numerosos y fieles amigos.
Todos los Espíritus protectores que nos asisten estaban alrededor mío y sonreían.
Una dicha incomparable los animaba, y yo también, fuerte y con buen ánimo, podía recorrer el espacio sin esfuerzo alguno.
En cuanto a lo que vi, no hay cómo describirlo con el lenguaje humano. Volveré más adelante para relataros más ampliamente mi ventura, sin trasponer, desde luego, el límite que Dios ha establecido.
Sabed que la felicidad, tal como la entendéis, es una ficción. Vivid sabiamente, santamente, conforme al espíritu de caridad y amor, y tendréis derecho a experimentar sensaciones que ni el más grande entre los poetas sería capaz de describir.
NOTA. No cabe duda de que los cuentos de hadas abundan en cosas absurdas. Pero ¿no serían esas cosas, en algunos aspectos, la descripción de lo que acontece en el mundo de los Espíritus? El relato del señor Sanson, ¿no guarda alguna semejanza con el de aquel hombre que, habiéndose dormido en una oscura cabaña, se despierta en un palacio espléndido, en medio de una corte deslumbrante?
III
¿Con qué aspecto se os han presentado los Espíritus? ¿Con la forma humana?
Así es, mi querido amigo. Los Espíritus nos enseñaron que en el otro mundo conservan la forma transitoria que poseían en la Tierra, y es verdad. Pero ¡qué diferencia entre la máquina deforme que se arrastra penosamente con su cortejo de pruebas, y la fluidez maravillosa del cuerpo de los Espíritus!
La fealdad ya no existe, pues los rasgos han perdido la rudeza de la expresión que constituye la característica distintiva de la raza humana. Dios ha bendecido a esos cuerpos agradables que se mueven con la elegancia de la forma; el lenguaje tiene modulaciones intraducibles para vosotros, y la mirada revela la profundidad de las estrellas.
Procurad, mediante el pensamiento, imaginar lo que Dios puede hacer en su omnipotencia; Él, el arquitecto de los arquitectos, y os habréis formado una pálida idea de la forma de los Espíritus.
En cuanto a vos, ¿cómo os veis? ¿Os reconocéis con una forma definida y circunscrita, aunque sea fluídica? ¿Sentís que tenéis una cabeza, un tronco, brazos, piernas?
El Espíritu, dado que conserva la forma humana, aunque divinizada, idealizada, posee sin duda todos los miembros que mencionáis. Siento perfectamente las piernas y los dedos, pues podemos, conforme a nuestra voluntad, aparecer ante vosotros y estrecharos la mano. Estoy cerca de vosotros, y ya he estrechado la mano de todos mis amigos, sin que lo hayan notado.
Nuestra condición fluídica nos permite estar en todas partes sin ocupar espacio alguno y sin provocaros sensaciones, si ese es nuestro deseo. En este momento, tenéis las manos cruzadas, y yo he puesto mis manos entre las vuestras.
Os digo, por ejemplo, que os estimo, pese a que mi cuerpo no ocupa espacio y que la luz lo atraviesa. Lo que denominaríais milagro, si pudierais verlo, sólo es para el Espíritu la acción continua de cada instante. La visión de los Espíritus no tiene relación con la visión humana, del mismo modo que su cuerpo no tiene ninguna semejanza real; para ellos todo se transforma tanto en la esencia como en el conjunto.
Os reitero que el Espíritu tiene una perspicacia divina que todo lo abarca, dado que puede incluso adivinar vuestro pensamiento. También puede adoptar la forma que mejor le convenga para darse a conocer. Sin embargo, en ese aspecto, el Espíritu superior que concluyó sus pruebas prefiere la forma que le ha permitido acercarse a Dios.
Los Espíritus no tienen sexo. No obstante, como hasta pocos días atrás erais un hombre, deseamos saber si en vuestro nuevo estado tenéis más de la naturaleza masculina que de la femenina. Además, si lo mismo que ocurre en vuestro caso podría aplicarse a un Espíritu que haya dejado su cuerpo mucho tiempo atrás.
No tenemos motivo para ser de naturaleza masculina o femenina: los Espíritus no se reproducen. Dios los creó conforme a su voluntad, y si, según sus maravillosos designios, quiso que reencarnen sobre la Tierra, debió disponer la reproducción de las especies por medio del macho y la hembra. No obstante, debéis notar, sin que medien mayores explicaciones, que los Espíritus no pueden tener sexo.
NOTA. Siempre se ha dicho que los Espíritus no tienen sexo. Los sexos sólo son necesarios para la reproducción de los cuerpos. Dado que los Espíritus no se reproducen, los sexos serían inútiles para ellos.
Nuestra pregunta no tenía por finalidad la confirmación de ese hecho, sino saber, visto que el señor Sanson había desencarnado recientemente, qué impresiones conservaba de su estado terrenal.
Los Espíritus purificados comprenden perfectamente su naturaleza, pero entre los Espíritus inferiores, que no se han desmaterializado, muchos son los que creen que todavía están en la Tierra, y conservan las mismas pasiones y los mismos deseos.
De ese modo, consideran que siguen siendo hombres o mujeres, lo que ha llevado a algunos a la suposición de que realmente tienen sexo. Algunas contradicciones en ese sentido provienen de los diferentes grados de adelanto de los Espíritus que se comunican. El error no es de ellos, sino de quienes los interroga sin tomarse el trabajo de profundizar estas cuestiones.
¿Qué opinión os merece nuestra sesión? ¿Su aspecto es el mismo de cuando estabais vivo? ¿Las personas tienen para vosotros la misma apariencia? ¿Es todo tan claro y tan nítido como antes?
Mucho más claro, porque puedo leer el pensamiento de todos vosotros. Me siento muy feliz con la impresión favorable que me causa la buena voluntad de todos los Espíritus aquí reunidos.
Deseo que esa misma comprensión pueda existir no sólo en París, en la reunión de todos los grupos, sino también en toda Francia, donde existen grupos que se separan y se envidian recíprocamente, dominados por Espíritus turbulentos que se complacen con el desorden, mientras que el espiritismo debe suscitar el desprecio completo y absoluto del yo.
Dijisteis que leéis nuestro pensamiento. ¿Podríais explicarnos cómo se produce esa transmisión del pensamiento?
Eso no es sencillo. Para describiros, para explicaros ese extraño prodigio de la visión de los Espíritus, sería preciso echar mano de todo un arsenal de elementos nuevos, a fin de que supierais tanto como nosotros; pero eso no sería posible, habida cuenta de que vuestras facultades están limitadas por la materia. ¡Paciencia! Progresad en bondad y lo lograréis.
Actualmente sólo podéis disponer de lo que Dios os concede, con la esperanza de progresar incesantemente. Más adelante seréis como nosotros. Así pues, procurad una muerte buena para saber mucho. La curiosidad, estímulo del hombre que reflexiona, os conduce tranquilamente hacia la muerte, y os reserva la satisfacción de todas vuestras curiosidades anteriores, presentes y futuras.
Mientras aguardáis ese momento os diré lo siguiente, a fin de responder –aunque de modo incompleto– a vuestra pregunta: el aire que os rodea, impalpable como nosotros, transporta el carácter de vuestro pensamiento; el soplo que exhaláis es, por así decirlo, la página escrita por vuestras ideas, páginas leídas y comentadas por los Espíritus que constantemente se acercan a vosotros. Ellos son los mensajeros de una telegrafía divina a la que nada se le escapa.
? Comunicación mediúmnica extraída del libro El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo, codificado por Allan Kardec