Sobre la formación de los grupos. Allan Kardec en la Revue Spirite.
Hemos trazado, en el Libro de los Médiums (número 28), la característica de las principales variedades de Espíritas.
Como es importante esa distinción para el tema que nos ocupa, pensamos que debemos recordarla.
Se puede poner, en primer lugar, a aquellos que creen, pura y simplemente, en las manifestaciones.
Para ellos, el Espiritismo es solamente una ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; la filosofía y la moral son accesorios, por las que se preocupan poco, o de las que no sospechan el alcance. Los llamamos Espíritas experimentadores.
Vienen, después, aquellos que ven, en el Espiritismo, algo más allá de los hechos.
Comprenden su alcance filosófico, admiran la moral que deriva del Espiritismo, pero no la practican.
Se extasían ante las bellas comunicaciones, como ante un elocuente sermón que se escucha sin sacar provecho.
La influencia sobre el carácter de esas personas es insignificante o nula.
Nada cambian en sus costumbres y no se privarían de un solo disfrute: el avaro es siempre mezquino; el orgulloso, siempre lleno de sí mismo; el envidioso y el celoso, siempre hostiles.
Para ellos, la caridad cristiana sólo es una bella máxima y, en su estima, los bienes de este mundo predominan sobre los del porvenir.
Son los espíritas imperfectos.
Al lado de éstos, hay otros, más numerosos de lo que se cree, que no se limitan a admirar la moral espírita, sino también la practican y aceptan, para sí mismos, todas sus consecuencias.
Convencidos de que la existencia terrestre es una prueba pasajera, tratan de aprovechar esos cortos instantes para avanzar en la vía del progreso, esforzándose en hacer el bien y reprimir sus malas inclinaciones.
Las relaciones con esas personas son siempre confiables, pues su convicción las aleja de todo pensamiento del mal.
La caridad es, en todas las cosas, la regla de su conducta. Son los verdaderos Espíritas, o mejor, los Espíritas cristianos.
Si se ha comprendido bien lo que precede, se comprenderá también que un grupo exclusivamente formado de elementos de esta última categoría estaría en las mejores condiciones, pues es solamente entre personas que practican la ley de amor y de caridad que un vínculo fraternal serio puede establecerse.
Entre personas para quienes la moral es sólo una teoría, la unión no podría ser duradera.
Como no imponen ningún freno a su orgullo, a su ambición, a su vanidad, a su egoísmo, tampoco lo impondrán a sus palabras.
Desearán primar cuando deberían rebajarse.
Se irritarán con las contradicciones y no tendrán ningún escrúpulo en sembrar la confusión y la discordia.
Entre verdaderos Espíritas, al contrario, reina un sentimiento de confianza y de benevolencia recíproca.
Uno se siente a gusto en este medio afín, mientras que hay opresión y ansiedad en un medio mezclado.
Eso está en la naturaleza de las cosas, y no inventamos nada en relación a ese tema.
¿Resulta de eso que, en la formación de los grupos, se debe exigir la perfección?
Sería completamente absurdo, porque sería querer lo imposible y, en este caso, nadie podría pretender hacer parte de los grupos.
El Espiritismo, al tener como objetivo el mejoramiento de las personas, no viene a buscar a aquellas que son perfectas, sino a aquellas que se esfuerzan en volverse perfectas, al poner en práctica la enseñanza de los Espíritus.
El verdadero Espírita no es aquel que llegó al objetivo, sino aquel que desea seriamente alcanzarlo.
Cualesquiera que sean, pues, sus antecedentes, es buen Espírita desde el momento en el cual reconoce sus imperfecciones y es sincero y perseverante en su deseo de enmendarse.
El Espiritismo es, para él, una verdadera regeneración, pues rompe con su pasado.
Indulgente hacia los otros, como desearía que se fuera hacia él, no saldrá de su boca ninguna palabra malévola ni hiriente contra nadie.
Aquel que, en una reunión, se apartara de las reglas de convivencia social demostraría no solamente una falta de educación y de urbanidad, sino también una ausencia de caridad.
Aquel que se hiriera con la contradicción y pretendiera imponer su persona o sus ideas daría prueba de orgullo.
Ahora bien, ni uno ni otro estarían en la vía del verdadero Espiritismo, es decir, del Espiritismo cristiano.
Aquel que cree tener una opinión más justa que los otros la hará aceptar mucho mejor por la dulzura y la persuasión.
La acrimonia sería, de su parte, un pésimo cálculo.
La simple lógica demuestra, pues, a quienquiera que conozca las leyes del Espiritismo cuáles son los mejores elementos para la composición de los grupos verdaderamente serios, y no vacilamos en decir que son aquellos que tienen la influencia más grande sobre la propagación de la Doctrina.
Por la consideración que imponen, por el ejemplo que dan de sus consecuencias morales, demuestran la seriedad de la Doctrina e imponen silencio a la burla, que, cuando ataca al bien, es más que ridícula: es odiosa.
¿Pero qué queréis que piense un crítico incrédulo cuando asiste a experimentos en los que los asistentes son los primeros en tratar un tema serio con ligereza?
Él sale un poco más incrédulo de lo que era cuando había entrado.
Acabamos de indicar la mejor composición de los grupos; pero la perfección no es más posible en los conjuntos que en los individuos.
Indicamos el objetivo, y decimos que cuanto más se aproxima a él, más satisfactorios son los resultados.
Algunas veces, uno está dominado por las circunstancias, pero se debe tener todo el cuidado para eludir los obstáculos.
Desafortunadamente, cuando uno crea un grupo, es poco riguroso con la selección de las personas, porque quiere, ante todo, formar un núcleo.
En la mayoría de las veces, para ser admitido, basta un simple deseo, o una adhesión cualquiera a las ideas más generales del Espiritismo.
Más tarde, uno percibe que se han dado demasiadas facilidades.
En un grupo, hay siempre un elemento estable y un elemento fluctuante.
El primero se compone de las personas constantes que forman la base; el segundo, de aquellas que sólo son admitidas temporaria y accidentalmente.
Es a la composición del elemento estable que es esencial fijar una atención escrupulosa y, en ese caso, no se debe vacilar en sacrificar la cantidad por la calidad, pues es ese elemento el que da el impulso y sirve de regulador.
El elemento fluctuante es menos importante, porque uno está siempre libre para cambiarlo según su voluntad.
No se debe perder de vista que las reuniones espíritas, así como todas las demás reuniones en general, extraen las fuentes de su vitalidad de la base sobre la que están asentadas.
Todo depende, bajo ese aspecto, del punto de partida.
Aquel que tiene la intención de organizar un grupo en buenas condiciones debe, ante todo, asegurarse de la colaboración de algunos adeptos sinceros, que toman en serio la Doctrina y cuyo carácter conciliador y benevolente sea conocido.
Al estar formado ese núcleo, aunque sea de tres o cuatro personas, se establecerán reglas precisas, ya para las admisiones, ya para la conducción de las sesiones y el orden de los trabajos, reglas a las que los nuevos miembros estarán obligados a ajustarse.
Esas reglas pueden sufrir modificaciones según las circunstancias, pero hay algunas de ellas que son esenciales.
Al ser la unidad de principio uno de los puntos importantes, esa unidad no puede existir entre aquellos que, al no haber estudiado, no pueden formarse una opinión.
La primera condición a imponer, si uno no quiere estar a cada instante distraído por objeciones o por cuestiones inútiles, es el estudio previo.
La segunda es una profesión de fe categórica y una adhesión formal a la Doctrina de El Libro de los Espíritus, y otras condiciones especiales que se juzguen convenientes.
Eso es para los miembros titulares y dirigentes.
Para los asistentes, que vienen generalmente para adquirir un incremento de conocimientos y de convicción, se puede ser menos riguroso.
Sin embargo, como hay entre ellos quienes podrían causar perturbación por medio de observaciones inoportunas, es importante asegurarse de sus intenciones.
Se debe, sobre todo, y sin excepción, apartar a los curiosos y a quienquiera que sólo esté atraído por un motivo frívolo.
El orden y la regularidad de los trabajos son cosas igualmente esenciales.
Consideramos eminentemente útil abrir cada sesión con la lectura de algunos tramos de El Libro de los Médiums y de El Libro de los Espíritus.
Por ese medio, se tendrán siempre presentes, en la memoria, los principios de la Ciencia y los medios para evitar los escollos que se encuentran, a cada paso, en la práctica.
La atención se fijará, así, sobre una multitud de puntos que escapan frecuentemente a una lectura particular, y podrán dar lugar a comentarios y a discusiones instructivas, de las que los propios Espíritus podrán tomar parte.
No es menos necesario reunir y pasar a limpio, por orden de fecha, todas las comunicaciones obtenidas, con la indicación del médium que ha servido de intermediario.
Esa última mención es útil para el estudio del tipo de facultad de cada uno.
Pero sucede frecuentemente que se pierden de vista esas comunicaciones, que se vuelven, así, letras muertas.
Eso desanima a los Espíritus que las habían dado para la instrucción de los asistentes.
Es, pues, esencial hacer una selección especial de las más instructivas y realizar, de tiempo en tiempo, una nueva lectura de ellas.
Esas comunicaciones son, frecuentemente, de interés general, y no son dadas por los Espíritus para la instrucción de solamente algunos ni para ser ocultadas en los archivos.
(…)
Como se ve, nuestras instrucciones se dirigen exclusivamente a los grupos formados de elementos serios y homogéneos; a aquellos que quieren seguir la ruta del Espiritismo moral para el progreso de cada uno, objetivo esencial y único de la Doctrina; a aquellos, en fin, que desean aceptarnos como guía y tener en cuenta los consejos de nuestra experiencia.
Es indudable que un grupo formado en base a las condiciones que hemos indicado funcionará con regularidad, sin trabas, y de una manera fructífera.
Lo que un grupo puede hacer, otros pueden hacerlo igualmente.
Supongamos, pues, en una ciudad, un número determinado de grupos constituidos sobre las mismas bases, habrá entre ellos necesariamente unidad de principios, ya que siguen la misma bandera; unión afín, ya que tienen, como máxima, amor y caridad; en suma, son miembros de una misma familia, entre los que no podría haber ni competencia, ni rivalidad de amor propio, si están todos animados de idénticos sentimientos para el bien.
Sería útil, sin embargo, que hubiera entre ellos un punto de concentración, un centro de acción.
Según las circunstancias y las localidades, los diversos grupos, al poner de lado toda cuestión personal, podrían designar para el efecto a aquella persona que, por su posición y su importancia relativa, sería la más apta para darle al Espiritismo un impulso saludable.
Ahora bien, en caso de necesidad y si es menester manejar susceptibilidades, un grupo central, formado de delegados de todos los grupos, tomaría el nombre de grupo director.
En la imposibilidad que tenemos de mantener correspondencia con todos, es con este grupo con el que tendríamos las relaciones más directas.
En ciertos casos, podremos, igualmente, designar a una persona encargada específicamente de representarnos.
Sin perjuicio de las relaciones que se establecerán inevitablemente entre los grupos de una misma ciudad caminando en una vía idéntica, una asamblea general anual podría reunir a los Espíritas de los diversos grupos en una fiesta de familia, que sería, al mismo tiempo, la fiesta del Espiritismo.
Algunos discursos serían proferidos y serían leídas las comunicaciones más notables o apropiadas a la circunstancia.
Lo que es posible entre los grupos de una misma ciudad lo es, igualmente, entre los grupos directores de diferentes ciudades, siempre y cuando haya entre ellos comunión de visiones y de sentimientos; es decir, siempre y cuando puedan establecer relaciones recíprocas.
Indicaremos los medios para eso al hablar del modo de publicidad.
Todo eso, como se ve, es de una ejecución muy simple, y sin engranajes complicados.
Pero todo depende del punto de partida, es decir, de la composición de los grupos primigenios.
Si están formados de buenos elementos, serán como buenas raíces que darán buenos retoños.
Al contrario, si están formados de elementos heterogéneos y sin afinidad, de Espíritas dudosos, que se ocupan más de la forma que del fondo y consideran la moral como la parte accesoria y secundaria, se deben esperar polémicas irritantes y sin solución, pretensiones personales, choque de susceptibilidades y, en consecuencia, conflictos precursores de la desorganización.
Entre verdaderos Espíritas, como los hemos definido, que ven el objetivo esencial del Espiritismo en la moral, que es la misma para todos, habrá siempre renuncia al personalismo, condescendencia y benevolencia y, en consecuencia, confiabilidad y estabilidad en las relaciones.
He aquí el motivo por el cual hemos insistido tanto en las cualidades fundamentales.
Se dirá, tal vez, que esas restricciones severas son un obstáculo a la propagación. Es un error.
No creáis que, al abrir vuestras puertas al primero que llegue, tendréis a más prosélitos.
La experiencia está allí para demostrar lo contrario.
Seríais acosados por la multitud de curiosos e indiferentes, que vendrían como a un espectáculo.
Ahora bien, los curiosos y los indiferentes son obstáculos y no auxiliares.
En cuanto a los incrédulos por sistema o por orgullo, no importa lo que les mostréis, no lo tacharán menos que de juglaría, porque no lo comprenden, y no quieren darse el trabajo de comprender.
Lo hemos dicho, y no sería demasiado repetirlo: la verdadera propagación, aquella que es útil y fructífera, se logra por el ascendiente moral de las reuniones serias.
Si sólo hubiera reuniones semejantes, los Espíritas serían mucho más numerosos de lo que son, ya que, se lo debe decir, muchos han sido desviados de la Doctrina porque sólo han asistido a reuniones fútiles, sin orden y sin seriedad.
Sed, pues, serios en toda la acepción de la palabra, y las personas serias vendrán a vosotros: son los mejores propagadores, porque hablan con convicción y predican tanto por el ejemplo como por la palabra.
Por Allan Kardec
Texto extraído del artículo titulado “Organización del Espiritismo” publicado en la Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos, diciembre de 1861