Sensatez Espírita
En el antiguo vocabulario espírita kardecista, se utilizan los términos expiación y prueba que con frecuencia han sido mal comprendidos y hasta caricaturizados, como si expresaran una forma de karma punitivo, lo cual en realidad no se corresponde con la esencia misma de la filosofía espírita.
En su obra, Allan Kardec siempre vuelve a poner en perspectiva la noción del libre albedrío, indicando una cierta libertad de elección que está en función de la evolución de cada ser humano.
Dios no es el juez que determinará lo que cada uno debe experimentar o expiar, él es el principio de todas las cosas a las cuales está unida la ley universal de la evolución, dejando a cada espíritu el medio de avanzar a partir de su consciencia relativa y de su capacidad de discernimiento.
Se ha caído demasiado en la caricatura del castigo como si, a imagen de una culpabilidad judeocristiana, las pruebas son enviadas por Dios que luego sería el juez supremo, que distribuye las recompensas o las sanciones según el mérito o el demérito de cada uno después del cumplimiento de una vida.
En realidad, lo que se llama “prueba”, es la condición misma de nuestra humanidad, dependiente de la encarnación en un mundo todavía inferior.
En sí misma, la vida sigue siendo una prueba en el sentido de que “probamos” las vicisitudes de un mundo material con frecuencia difícil de asumir, un mundo que es imagen de sus habitantes, espíritus encarnados de poca evolución que, por el egoísmo y el orgullo inherentes a su naturaleza, aún no han trascendido esa naturaleza en el sentido del bien común y el amor al prójimo.
Experimentamos entonces todas las dificultades que hacen la vida encarnada: dolores físicos, sufrimientos afectivos, enfermedades, accidentes, duelos, etc.
En cuanto a la palabra expiación, corresponde a esta inferioridad en la cual, dependiente de sus debilidades anteriores, el espíritu será rehén de lo que ha vivido, y deberá pagar o reparar sus faltas pasadas.
Y si se simplifica al extremo este concepto, se llega a la caricatura habitual con este tipo de ejemplo: el rico se volverá pobre, el esclavista se volverá esclavo, el criminal sufrirá a su vez lo que ha hecho sufrir, etc., hasta que se agote toda la deuda kármica.
Entre determinismo y libertad
Releyendo algunos extractos de El Libro de los Espíritus, no encuentro esta exagerada simplificación (influenciada al mismo tiempo por el espiritualismo oriental y el catolicismo) sino por el contrario, la idea del libre albedrío donde cada espíritu tiene la posibilidad de avanzar, según su grado de conciencia previa, para adelantar o bien para recaer en sus anteriores hábitos, dentro de una estricta responsabilidad que es suya y no de un Dios justiciero.
A fuerza de haber escuchado aquí y allá en ciertos medios espíritas kardecistas, que estábamos en la era de la expiación antes de entrar en una era de regeneración, uno terminaría por creer que esta visión simplista estaba inscrita en la obra de Allan Kardec, lo cual, releyéndola bien, es completamente erróneo.
Y en la prolongación de esta obra, si se vuelven a poner en perspectiva todos los datos referentes a las leyes divinas que presiden la vida universal, y en particular la de la evolución reencarnacionista, se llega a la noción esencial del libre albedrío, según la cual no hay ninguna fatalidad ni predestinación, sino por el contrario, una invitación a la acción haciéndose cargo de su propia vida e interesándose por la de los demás por medio del aprendizaje de la solidaridad y el amor.
Con lo que se contradice una idea demasiado extendida según la cual todas las aflicciones serían normales y merecidas, en función de expiaciones justas y necesarias.
Un cataclismo o una guerra serían pues el mal necesario de una prueba a ser sufrida para pagar deudas anteriores, a la espera de una regeneración de la humanidad el día en que los humanos ya no tengan más nada que pagar…
Nos encontramos ante una forma de justificación en la cual se querría dar una explicación kármica a todas las calamidades de la humanidad.
No se trata de decir que tal calamidad es inevitable y de interpretarla luego como justificación de una deuda anterior, sino de determinar las causas, y entre esas causas las eventuales responsabilidades humanas.
Una guerra, por ejemplo, tiene sus causas profundas en pugnas de influencias, circunstancias económicas, hegemonías, querellas étnicas etc., examinamos entonces las causas que están ligadas a la naturaleza humana en su conjunto.
Pero, a partir de esas causas conocidas, no se puede extraer la consecuencia de que era un mal necesario con las justas víctimas expiatorias que asumen el peso de sus deudas.
Se espera que ocurra un evento, y luego se le justifica a partir de las vidas anteriores, lo cual es un disparate ante la razón que consiste, no en justificar las consecuencias, sino en buscar las causas que han producido los eventos.
No se puede entonces hablar a la vez de libre albedrío y decir que hay circunstancias inevitables e ineludibles que estarían allí para justificar la necesaria expiación.
Uno se encontraría entonces ante una flagrante contradicción entre el determinismo y la libertad.
La relación de causa a efecto
Si lo releemos atentamente, Allan Kardec no entra realmente en ese esquema contradictorio: se aluden las relaciones de causa a efecto empleando, por supuesto, las palabras pruebas y expiaciones, pero no con el sentido de fatalidades ineluctables que son compensadas precisamente por la noción de libre albedrío omnipresente en su obra.
Se llega entonces, no a la resignación, aunque ese término también sea empleado, sino a una parte determinante de responsabilidad que incumbe a todos.
El término resignación también debe ser explicado: sí, resignarse a ser sólo un ser humano con todas sus vicisitudes de vida, es admitir la condición humana, sabiendo que la vida encarnada comporta ciertos límites que impiden al espíritu gozar de una libertad total; pero eso no significa resignarse a la esclavitud, al dominio del otro o a todas las miserias que no tendrían solución.
Y si hay una prolongación a la obra de Allan Kardec, no es la de la resignación fatalista, sino la de la determinación en una lucha humanista para hacer ascender a los seres a fin de que reconozcan su verdadero destino.
Demasiado se ha querido confundir la causa y el efecto. “El efecto fatalidad” no existe si uno se remonta a las causas.
Si se habla, por ejemplo, de las catástrofes naturales, ellas tienen sus causas “en sí mismas”, pero sería ridículo ver en las consecuencias mortales, el castigo de víctimas que se encontrarían allí en el momento debido, para expiar sus faltas anteriores, como si existiera esa correlación entre la manifestación de la naturaleza y el karma de los humanos que se encontrarían en el entorno ideal para su ineluctable expiación.
Al haber escuchado ya esta clase de argumento por parte de espíritas fieles al pensamiento kardecista, me planteo la cuestión de una buena comprensión del espiritismo.
Si bien en la obra de Allan Kardec, se trata innegablemente de pruebas, expiaciones, resignación o aceptación, es un modo de expresar la inferioridad humana dando la idea de una justicia divina en relación de causa a efecto a través de la reencarnación.
Pero el concepto esencial que proporciona toda su fuerza a la idea espírita kardecista, es el de la emancipación humana por medio del aprendizaje de la libertad y la responsabilidad en el sentido de un amor a ser desarrollado luchando contra el egoísmo y el orgullo.
Si se oculta esta parte esencial de la obra, se volverá forzosamente a justificar todo por la deuda kármica, sin preocuparse realmente por otro mundo a ser construido.
En nuestra versión moderna del espiritismo, si se considera que la vida es en sí misma una prueba, es ante todo la de enfrentarse a la acción en luchas por la transformación de la humanidad, es para poner en evidencia las nociones de justicia, igualdad, compartir y libertad.
Aceptar la condición humana es un primer principio, tratar de transformarla es otro, y torna entonces al ser humano consciente de que participa en la transformación general.
Actualizar ciertos principios
Allan Kardec realizó una síntesis de los mensajes recibidos, para establecer un cuerpo de doctrina que se convertiría en El Libro de los espíritus. Fue el primer enfoque filosófico del espiritismo según “la enseñanza dada por los espíritus superiores por medio de diversos médiums”. (*)
Se encuentran allí todos los principios espíritas fundamentales que definen las leyes universales y divinas, principios definidos con el vocabulario de una época y adaptados a la evolución relativa de las mentalidades, de las sociedades y de la ciencia de esa época.
Hoy comprobamos, según las comunicaciones espíritas recibidas y según nuestras propias reflexiones, que estos principios fundamentales no han variado, pero que han sido necesarias ciertas rectificaciones en el detalle de la interpretación.
Y es en particular sobre estas nociones de pruebas, expiaciones y resignación, que ha hecho falta afinar el tema dentro de una comprensión más justa del principio de relación de causa a efecto.
El propio Allan Kardec había considerado esta actualización o posible evolución de los principios cuando afirmó: “El Espiritismo, marchando con el progreso, nunca será rebasado, porque, si nuevos descubrimientos le demostrasen que está en equivocado en un punto, se modificaría en este punto; si una nueva verdad se revela, la acepta”.
Han pasado ciento cincuenta años desde que fueron establecidos los primeros principios espíritas.
¿Habría que abstenerse, con la perspectiva del tiempo, de toda reflexión en el replanteamiento de tal o cual punto, para cerrarse sobre conocimientos inmutables e intocables?
En numerosos medios espíritas, El Libro de los Espíritus es prácticamente una “Biblia” que sigue siendo la referencia última sobre todos los temas, y según la pregunta que se plantee, se remite al que la hace a tal o cual capítulo del libro donde encontrará su respuesta.
En ese estado de ánimo, ya no se trata de destacar el mínimo detalle que presente problemas, sino de referirse a textos que representan el alfa y el omega de todas las cosas.
Y es así como los que se permiten tocar una línea de “la Biblia de los espíritas” se convierten en desviacionistas o revisionistas, lo cual somos, evidentemente, a los ojos de ciertos espíritas…
Y esos mismos espíritas invocan invariablemente nuestra era de expiación, es decir el período que, desde los orígenes hasta nuestros días, es de fatalidades ineludibles de las deudas a pagar para enjugar nuestras faltas anteriores.
Pero ahora hablan de la nueva era tan esperada, la de la regeneración de la humanidad que, parece se abrirá a nosotros en los años por venir.
Tenemos todavía una visión simplista, pues eso significaría que, por no se sabe qué operación del Espíritu Santo, finalmente la humanidad estaría lista para una transformación radical, lo cual objetivamente no salta a la vista…
Por el contrario, estamos en una lucha entre el bien y mal que no se resolverá de un día para otro.
Las transformaciones de la humanidad son extremadamente progresivas y realmente no se puede decretar arbitrariamente que de ahora en adelante todo irá mejor.
Si se miden todos los focos de tensión existentes en el mundo, si se consideran el hambre, el crimen, los genocidios y las guerras tribales, las crisis económicas y políticas, etc., nada permite decir que estamos al alba de una nueva era, cuyo único árbitro sería el propio Dios, y que en su trascendente bondad habría decidido repentinamente que la humanidad cambiara de rumbo.
Sigamos pues en la idea de la sensatez, no en una proyección aleatoria que nos promete mejores días, sino en un estado de ánimo de vigilancia y de lucha.
La sensatez espírita no puede hallarse en otra parte.
Por Jacques Peccatte – Francia
Traducido por Ruth Newman
(*) Nota de Allan Kardec a propósito de la elaboración de El Libro de los Espíritus: “Fue de la comparación y fusión de todas las respuestas coordinadas, clasificadas y muchas veces rehechas en el silencio de la meditación que formé la primera edición de El Libro de los Espíritus que apareció el 18 de abril de 1857”.
Traducción al español publicada en la revista Evolución. Venezuela Espírita. Revista del Movimiento de Cultura Espírita CIMA. 2ª Etapa. Nº2. May / Ago 2018