septiembre 10 2020

Experiencia: “Hijo de mi Alma, ¡Eres tú!”

Rosaida Feliciano ha escrito:

La historia que voy a compartirles ocurrió el 12 de octubre de 2010. Sinceramente no sé cómo, no la había escrito antes (aunque la he relatado muchas veces). Será que el momento conveniente es ahora.

Pero antes, les voy a contar un poco sobre mi hijo Luis Arnaldo, cariñosamente llamado Arnito, ya que es el protagonista de mi relato. Mi Arnito desencarnó en el 1998, cuando tenía apenas 20 años de edad, como consecuencia del uso de drogas.

A pesar de la tragedia, estuvo ‘limpio’ en sus días finales.

Lo cual sé que le ayudó a meditar sobre su vida.

En una ocasión me dijo: “mami me voy a morir, pero ¿verdad que al final los buenos siempre ganan?”

En otra ocasión me dijo: “anoche tuve un sueño y me visitó un doctor, me puso una inyección.”

Yo estaba en mi trabajo cuando me llamaron para decirme que lo llevaban al hospital, ya que estaba muy grave. Sé que esperó a que yo llegara.

Orando con sus manos entre las mías, suspiró su último aliento.

¡Oh Dios mío, que mezcla de dolor y consuelo!

Unos días antes, ya había sentido que iba a dar su cambio (desencarnar) pero lo descartaba, no podía ser, él se iba a sanar, “¡yo tenía promesa de Dios!”

Para esa época, en 1998, yo no me consideraba espiritista, aunque siempre tuve nociones espíritas, a través de mi padre.

Siempre nos decía que el pensamiento era todo, que no necesitábamos velas, ni agua, ni nada.

Pero la vida te lleva por otros caminos y en ese momento de nuestras vidas yo iba a la iglesia buscando consuelo para mi sufrimiento; mi hijo se perdía ¡y yo no podía hacer nada! Primero visité la iglesia evangélica y luego la católica carismática… y siempre los mensajeros me dieron mensajes de consuelo, siempre diciendo que él iba a sanar y que yo vería la gloria de Dios.

Pero en mi amor de madre siempre vi una sanación física, jamás pasó por mi mente que su sanación sería espiritual.

No obstante, mis amigos, les puedo decir que vi la gloria de Dios cuando vi a mi hijo en su ataúd.

¿Cómo es posible que una madre diga eso? ¡Qué disparate! Sí, así fue… mi hijo resplandecía… se veía más guapo que nunca, parecía sonreír… y en ese momento di gracias y vi la “gloria de Dios”, la veía… la sentía en el consuelo, en la paz y la esperanza.

En ese momento entendí los mensajes.

Sí, iba a sanar, pero no sería físicamente.

Y Dios, en su infinita misericordia, a través de mis Benefactores Espirituales, me recordaba la promesa, permitiéndome verlo físicamente en paz y sano, pues su sanación sería la más importante: la espiritual.

Luego, 12 años más tarde, mi Arnito me preparaba una sorpresa grandiosa, la cual no me esperaba jamás. Fue un 12 de octubre de 2010.

Para esa fecha me encontraba participando de un Congreso Espírita en Valencia, España (Congreso Espírita Mundial).

Una tarde vimos la película del libro de Chico Xavier Nuestro Hogar (un relato de la vida espiritual).

Cuando llegó la escena en que el espíritu André Luiz se encuentra con su madre y la abraza, me emocioné de una manera estremecedora.

Lloré de alegría pensando que así sería cuando me re encontrara con mi hijo; será maravilloso, pensaba.

Luego de ver la película, me inquieté por ir a comprar un libro… rápidamente mis ojos fueron hacia el libro Diario de un drogadicto psicografiado por la médium Gorete Newton.

En ese momento no pensé en mi hijo para nada, solamente pensé en una persona que quiero mucho y pensé regalárselo. Pregunté el costo y me dirigí a buscar el dinero.

Según caminaba hacia mi hermana, la cual tenía mi cartera, sentí que Arnito me decía que en el libro había un mensaje para mí.

Me sentía emocionada… sabía que era algo importante. Estaba ansiosa.

Mi amigo Iván me dijo que tuviese cuidado porque pudiera ser un relato ‘crudo’; pero yo contesté: “no importa, sé que hay un mensaje”. Lo sentía con seguridad.

Me fui a la búsqueda del libro, mi corazón latía con fuerza. Cuando le di el libro a la autora para que lo autografiara, ésta me preguntó: “¿Cuál es tu nombre?” y sin darme tiempo a contestar se sonrió y se sentó a firmar el libro.

En ese momento mientras la miraba firmando el libro, mi único pensamiento era: “la quiero abrazar, cuando termine la voy a abrazar, tengo que abrazarla”. Una vez terminó de firmarlo, se puso de pie y otra vez, sin darme tiempo a reaccionar me dijo: “Dame un abrazo”.

Me sentí emocionada y nos abrazamos… cuán feliz fui al escuchar su voz en mi oído que me decía: “Te amo… te amo tanto…” Entre sollozos dije: “¡Oh hijo de mi alma, eres tú!”… Lloraba, lloraba de alegría y no podía parar, le di las gracias y me fui llorando… todos me miraban, no me importaba… lloraba… y entonces me recordó cómo lloré de pena, tristeza y angustia en el hospital cuando él dio su cambio y la gente me miraba… yo sentía un: “ahora lloras de alegría, de ahora en adelante tus lágrimas serán de alegría…te amo”.

“Te he abrazado como en la película, no tendrás que esperar tanto…” ¡Oh, hijo de mi alma! ¡Es maravilloso, algo inefable, sublime! Me sentía que flotaba, sentía una alegría inmensa y un llanto consolador e inexplicable que no paraba; sólo el que vive y siente algo así lo puede entender

Cuando llegué donde estaba mi hermana Mary e Iván, los cuales me esperaban, se sorprendieron al verme… “¿qué pasó?” preguntaron… y llorando, como pude, les expliqué.

Todavía no había leído la dedicatoria, entonces Iván la leyó… “Siempre estaré contigo, mi lucecita amada. Con amor”. ¡Oh Dios! ¡Cómo puede haber tanto consuelo! Cómo puede haber tanta esperanza, tanta fe razonada… no tengo palabras para describir mis sentimientos – sólo el sentimiento lo hace comprensible. Ese día ansiaba que llegara la noche para ir a leer el libro.

En la cena le conté a los demás, y en broma dije: “ahora entiendo cuando los religiosos cantan ‘yo tengo un gozo en mi alma, un gozo en mi alma, un gozo en mi alma y en mi ser’…” y literalmente así era. Lo juro.

Por fin llegó la noche y me dispuse a leer el libro… estaba tan emocionada, mi corazón latía acelerado… y ¿por qué me llamaste “lucecita amada”?, nunca me has dicho así… sentí claramente que me decía: “¿recuerdas cuando orabas por mí? siempre, siempre me decías, busca la luz, no te quedes aquí, busca tu luz… por eso eres mi lucecita amada”. [Esas fueron de las nociones espiritistas que me dejó mi padre. Yo iba a la iglesia, pero leía las oraciones de El Evangelio según el Espiritismo de Allan Kardec.]

Recuerdo que teníamos una conversación con el pensamiento… y a cada rato despertaba a mi hermana para contarle. “Mary, ya sé por qué esto o aquello…” y ella me contestaba: “disfrútalo hermana, sé feliz…”

El libro es pequeño y lo devoré muy rápido… aunque la historia es diferente… las consecuencias fueron las mismas.

A través de la lectura, me dejaba saber que algo muy similar ocurrió con él. Que se dejó llevar por sus Amparadores Espirituales y que ahora se encontraba estudiando y ayudando a los que llegan en las mismas circunstancias.

Finalmente llegué al mensaje específico que tenía para mí, estaba casi al final, lo supe inmediatamente: “¡Nunca he sido tan feliz!”. Oh… Dios, gracias, gracias… seguía llorando de alegría y me sentía confortada. Todavía hoy me emociono y me estremezco sólo de recordarlo… sé que está conmigo siempre que puede y se lo permiten.

Sigo imaginando cuán grandioso será cuando se dé el reencuentro espiritual entre nosotros.

Antes de esta experiencia había tenido otros encuentros con él… aunque nunca de esta manera tan maravillosa. En la medida que puede nos cuida y cuida en especial de su hermano Alejandro. Quedé embarazada de Alejandro a los dos meses de Arnito haber desencarnado.

Siempre me dijo que no se sentía celoso, sino al contrario, que Alejandro me daría las alegrías que él no pudo darme en esta vida. En este relato hay otro dato curioso.

Cuando le estaba contando esta experiencia al padre de Alejandro (que causalmente vive en Valencia, España) algo sorprendido, me dijo: “¡estás iluminada!”. ¿No es maravilloso? No sé cómo me veía, pero sé la emoción que sentía y ¡era tan grande que se notó físicamente! Por eso hermanos, la filosofía Espírita es tan importante en nuestras vidas; es una forma de pensar y de actuar de acuerdo a nuestras circunstancias y teniendo presente las consecuencias morales.

Nos explica todo… nos da consuelo, le perdemos el miedo a la mal llamada muerte.

Aun así, no debemos juzgar las religiones, sino ver la esencia del mensaje… todas brindan consuelo y esperanza.

Lo importante es nuestra sinceridad.

Personalmente, tuve “una tabla de salvación” cuando la necesité.

Pero ahora veo todo con claridad y lógica.

Entiendo que somos espíritus inmortales viviendo una experiencia física y que lo seguiremos haciendo hasta que aprendamos las lecciones, hasta que sigamos progresando.

Ya lo dijo el maestro Kardec: “progresar siempre, esa es la ley”.

Un abrazo.

Por Rosaida Feliciano

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Nota: La autora compartió una experiencia muy íntima, profunda y maravillosa. Confiamos en que pueda servir de inspiración a todo aquel que se encuentra en su proceso de duelo y que aporte a solidificar nuestra certeza absoluta sobre la continuidad de la VIDA y la perpetuidad del AMOR.

Publicado en la revista A la Luz del Espiritismo. Publicación Oficial de la Escuela Espírita Allan Kardec. Puerto Rico. Año 1. Nº4. Julio 2015 https://www.educacionespirita.com/

Escrito por Reproducciones

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Publicado 10 septiembre, 2020 por Reproducciones en la/s categoría/s "Espiritismo", "Experiencias

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