julio 6 2020

Conceptos del Espiritismo

Las elevadas definiciones que de todo concepto moral y filosófico nos da la doctrina espiritista permiten a la inteligencia escrutadora remontarse a más amplias esferas que las del estrecho circuito en que reducida queda por la limitación de los conocimientos humanos.

Verán a las ciencias avanzar en sus descubrimientos encontrando una nueva ley que los ordene y coordine para relacionarlos prácticamente con otros hechos análogos; la física y la química hallarán otros cuerpos que descomponer y analizar estudiando sobre su naturaleza y propiedades; la mecánica medirá nuevas fuerzas para equilibrarlas según el movimiento potencial y la astronomía en sus diversas ramas sumará nuevas actividades profundizando los piélagos del infinito cielo, del caudaloso mar con ayuda siempre de las más comprobadas de las ciencias todas; las matemáticas: progresarán, si, mediante los desvelos del pensador, los estudios del sabio y el heroísmo de los mártires: todo cálculo dará una ecuación, toda vigilia un resultado como toda abnegación un recuerdo dejará.

Acaso de la ciencia espírita pudiérase prescindir en relativo sentido, pero su avance, su desenvolvimiento continuará aunque muy lento y tardo como ha seguido hasta hoy; sin embargo desde que las relaciones e inspiraciones de los espíritus con los hombres habiendo sido de todo tiempo y lugar han impreso en cuanto se ha revelado su procedencia y origen extrahumanos.

¿Quién dio valor a Juana de Arco para llevar a término la más temeraria de las empresas? ¿Quién a Colon para insistir en la persecución de su colosal idea? y dejando de recordar muchos y valiosos héroes para citarlos consignaremos que esas conquistas no han sido solamente las obras de los hombres sino que en ellas han colaborado principalmente los seres incorpóreos para prestarles indirectamente el concurso divino cuya idea es la manifestación oculta.

Hoy que por la voluntad del Padre todas las inteligencias humanas y extra-humanas se relacionan entre sí permitiéndonos esta correspondencia y adquirir conocimientos positivos de otros tiempos ignorados y reputados de falsos o mágicos, hoy que con la libertad de pensar y el derecho de discutir vamos paulatinamente emancipándonos de vetustas y caducas creencias, podemos decir muy alto hasta qué altura el pensamiento a lado remontó su vuelo, que profundidades midió dando a la razón nunca satisfecha un destello reflector de esa otra razón absoluta y única que en sí comprendía y a ella convergen todos los rayos luminosos de la inteligencia generatriz.

Osado fue el primer hombre que dio valor a sus ideas y virtud a sus creencias proclamándolas suyas como de su razón las prohijadas; atrevido fue y grande porque esta profesión implicaba el destierro, la confiscación de sus bienes y su vida si otros tesoros no poseía además; pero aun más gigante se presenta a nuestra consideración al verle erguido ante los hechos de la historia, ante la historia de los procesos humanos no rindiendo su voluntad al yugo de las tiranías, voluntad que defendía sus convicciones elevándolas por el martirio al limpio cielo de la verdad: tal ejemplo dio poderoso empuje a los que llegaron después para esculpir en los anales de la memoria eterna sus imperecederas luchas habidas por la fe en los combates de la razón; de esa fe unida a una abnegación sin ejemplo y a un desprendimiento sin rival, necesitamos los espiritistas para afrontar las necias frivolidades del mundo impresionable, los dimes y diretes de una sociedad entretenida en ridiculizarse y nunca harta de vivir de la vida perecedera de artificiosas costumbres.

El espiritista es un ente original y extraño, digno de ocupar el número uno de un asilo de enajenados más bien que habitar una vivienda de cuerdos; tal es la consideración que se nos tiene por cuyo juicio perdemos ante la opinión el carácter racional que nos corresponde, que no es cosa baladí, y esto sin enumerar los mil calificativos de otro orden no muy piadosos que igualmente en la mundanal clasificación nos pertenecen de fijo; pues bien, todo esto y muchísimo más lo sabe el espiritista y lo sufre gustoso; todo y más si posible fuera lo acepta con júbilo porque inmensa y valiosísima es la herencia que ha recibido en la luz de su destino, en la realidad de su mañana eterno y en la ciencia del bien infinito.

¿Qué son las amarguras de un instante, las angustias del sentimiento, todas las hieles de una existencia planetaria ante una sola de esas bellezas que nos describen las almas superiores desde el mundo espiritual en donde moran?

¿Existe acaso el imperio solo para los empíricos coronados? Cierto es que hay aun muchos paraísos en donde el hombre hallará edenes, oasis en los que calmará toda su sed de ambiciones; pero todos esos lugares se perderán para él, se hundirán bajo su planta porque todo aquel que edifica sobre arena según el sentido evangélico verá destruida su casa, pero quien edificare sobre roca dura no debe temer su ruina.

No se afane el hombre en buscar dichas mentidas creándose cielos materiales: no puede cosechar grano quien sembró paja.

Los cielos de la virtud, la patria del sentimiento no son privilegio del potentado, ni del sabio, son la legítima herencia de la verdad y del bien, y de la virtud espiritual, no por las creencias sino por sus consecuencias; esas moradas asequibles a todos son las que debemos merecer por ciencia y paciencia de reiterados esfuerzos en pro de la fraternidad universal, en ellas el pensamiento puesto sin otro objetivo que la verdad en su más genuino concepto siempre el hombre obrará como espiritista, el espiritista como bueno y el bueno como enviado del Padre en cuya casa la paz y la vida se manifiestan infinitamente.

Cada día son en mayor número los creyentes a nuestra fe salvadora y sublime, cada día y cada hora nuevos adeptos vienen a engrosar las apretadas filas de nuestra comunión espírita no reclutados de las clases desheredadas por la instrucción sino salidos de los centros ilustrados, corporaciones doctas cuyo racionalismo en materias científicas no puede ser discutido, ni puesto en tela de juicio; la fe de los sabios no es ciega y si bien no son infalibles porque son hombres, el sentido común está siempre al lado de los que someten al crisol de la razón las elucubraciones de la inteligencia, y así será necesariamente menos equívoca una disertación concluyente del genio que investiga que la predicación de un apóstol mercenario cuya misión se reduce a imponer el credo de su idea religiosa como absoluta verdad de una revelación única.

Las religiones todas se han estacionado, pero las ideas tantos siglos comprimidas en el cerebro han destrozado la mano de hierro que ejercía la presión emprendiendo vertiginosas el vuelo para remontarse a las esferas de la libertad cuyo ambiente respiran hoy para crearse el nuevo molde en donde ha de elaborarse la levadura de futuras y vigorosas generaciones.

La fe de los espiritistas es la revelación de ultratumba, la comunicación con los espíritus; la razón de ella es su elevadísima moral; su ley la investiga la ciencia, la fuerza psíquica, el dinamismo de las almas, profundos conocimientos que no penetraremos en una fase de la vida, en una sola etapa de la universal e infinita existencia, sino en la sucesión no interrumpida de los siglos en los cuales continuaremos yendo de más en más a la perfección y sintiendo aspiraciones eternas de inacabables venturas.

Nuestra fe es el fruto de la labor, el producto del esfuerzo inteligente y como el trabajo abona, hace algo, resultando un bien, de ahí que amemos con convicción la obra legítima de nuestros afanes no fortificada por egoísmos individuales; y porque tenemos la fe de la razón tenemos la clarividencia del porvenir teniendo con estos los medios únicos de hacernos mejores en la humildad y en la paciencia, en la resignación y en la justa tolerancia; sin estos distintivos prácticos no puede haber un espiritista que acredite en su credo de amor como no puede existir un matemático que desconozca el álgebra, ni un geómetra que no sepa trazar una exégesis.

Nuestro amor a la humanidad es sin límites ni condiciones y es tal, o debe ser tal que se da hasta a nuestros mismos enemigos, es decir; a los que son instrumentos providenciales para apresurar nuestro progreso en las distintas vías de la virtud.

No juzguemos falsamente creyendo encontrar siempre en el enemigo de hoy a nuestra víctima de anteriores días en una pasada encarnación, porque si hemos de creer que el dolor purifica, que las pruebas redimen (y esto es indiscutible), no podremos admitir que el sentimiento ya engrandecido a los reiterados golpes del padecer en el duro yunque de las existencias expiatorias, retrograde; como no es posible que el diamante pulimentado vuelva a tener el aspecto bajo cuya forma fue extraído de las entrañas carboníferas; no deberemos temer tampoco el encarnizamiento de esos nuestros enemigos para cuando respiremos el ambiente de las auras espirituales; y no hay porqué cuando formamos nuestra conducta en los preceptos divinos sobreponiéndonos a las adversidades, y sofocando en nuestro corazón todo germen malsano les mostramos nuestra superioridad no devolviéndole daño por daño, ni aun siquiera demostrándole que sus dardos ponzoñosos hieren mortalmente las delicadas fibras del alma agonizante.

A mayor fortaleza para vencerse, más grandeza moral obtendremos y menos flancos vulnerables encontrará el enemigo que se alejará al fin vencido ante las nobles armas que le oponemos; empero como hay espíritus cuya persistencia en el mal es terrible, sucede que hasta más allá de la tumba guardan su odio inveterado hacia aquellos a quienes hicieron sufrir, pero ya lo hemos dicho: cuando el hombre ha sabido elevarse perdonando en la medida de sus esfuerzos y siendo después de dolorosísimas experiencias más bueno para con todos y más severo para consigo mismo (pues esta es la única prueba de su regeneración); cuando amando sus infortunios vea en ellos el maná saludable de su salvación y aspire a mejor estado en el reino de Dios no importándole el desierto de la vida en el vacío que halla en sus sentimientos, entonces nada podrán contra él sus enemigos del espacio porque la intervención divina se opondrá a la prosecución de la obra maléfica: la acción de su libre albedrío queda limitada, deja de actuar allí donde la ley del Padre ha sido confirmada por la virtud de la criatura.

Tenemos enemigos porque tenemos que padecer, beber hasta la última gota el cáliz del dolor, sufrir lo que a otros hemos hecho: ojo por ojo y diente por diente, pero no se sigue de aquí que el instrumento causa de nuestra tortura haya sido el paciente cordero de otros remotos días que sufrió humilde y pasivo las iras de nuestras pasiones, porque humildad y pasividad suponen dulzura de carácter y bondad de sentimientos y estos principios se defienden a sí mismos sin que la rebelión pueda tener lugar en ese caso y en tan adelantado sentido.

Fácil es detenerse, difícil detenerse mucho; dejar de andar, imposible; lo que nos explica perfectamente la lenta acción del progreso y la negativa del retroceso.

Podemos estacionarnos según sean activas las evoluciones del Espíritu y su idea del amor a la verdad y con este pequeño bagaje detenernos indiferentes en el movimiento de la vida quedando rezagados por ineptos durante siglos; esto es fácil, pero muy difícil dejar de amar la ciencia cuando sus esplendores iluminan la mente, dejar de sentir cuando las modulaciones del sentimiento repercuten en las sensibilísimas fibras del corazón porque la inteligencia se ha desarrollado mucho y la virtud se ha engrandecido más; pero imposible dejar de saber y dejar de sentir, imposible no adquirir estos conocimientos u olvidarlos, porque el progreso es la ley divina que no tiene modificación ni reforma de enmienda por lo inmutable.

El verdadero enemigo, el terrible y más difícil de combatir por no querer reconocérsele es el de nuestro propio yo con todas sus imperfecciones halagadas por la satisfacción de sus pueriles triunfos; el amor propio nunca harto y celoso de sus victorias; el orgullo innoble con su barbarie desmoralizadora y los goces materiales aguijoneados por el predominio de la fuerza que ostentan aquellos dos cánceres del alma son los contrarios adalides que pugnan por enseñorearse haciéndonos cruda guerra al cegar todos los sentidos del Espíritu para adormecer los del cuerpo en las fruiciones de sus deleites.

El día que el hombre desplegada la inteligencia observe atentamente lo que sucede en el bajel perdido de la humanidad dejará de fijar su atención en las sumas convencionales del positivismo egoísta para resolver ciertamente y con provecho de todos los problemas fijos de la unidad de miras cuyos sumandos han de alcanzar en fraternales aspiraciones a todos las humanidades de los planetas.

Las enemistades desaparecen cuando escalamos las pendientes que llevan al depuratorio de la esclavitud del Espíritu; allí adquiriendo sus libertades sin otros fueros que los de la razón y la justicia vemos apuntalando el soberbio, grandioso indestructible edificio de la regeneración, porque allí como en el templo de Apolo en Delfos está inscrito sobre el ático estas sentenciosas palabras: “Conócete a tí mismo”.

Dos seres malos que se odian son dos enemigos propiamente dicho, pero cuando el uno de estos dos llega a oír la voz de su conciencia alarmada percibiendo también las harmonías del reino de la paz en las ocultas inspiraciones que le llegan de arriba, cuando este comienzo feliz se inicia, la redención está cerca y desde entonces no considerará enemigo a su adversario, deponiendo todos sus rencores y echando fuera de sí la mala levadura que le ahoga para hacerle zozobrar en el pecado; luego siendo esto así, no es el hombre el enemigo del hombre sino de sí mismo; tal nos enseña la ciencia moral de los espíritus y nos lo confirma el analítico y experimental estudio de las pruebas al hacer la anatomía del corazón.

Por Amalia Domingo Soler

Texto extraído del libro recopilatorio La Luz del Camino

Escrito por Amalia Domingo Soler

Amalia Domingo Soler

Amalia Domingo Soler (Sevilla, 10 de noviembre de 1835 – Barcelona, 29 de abril de 1909) fue una escritora y novelista española, y gran exponente del movimiento espiritista español por sus actuaciones de divulgación y médium psicógrafa. Nota de Zona Espírita: En este perfil se publican contenidos escritos por ella. Las partes subrayadas y resaltadas han sido realizadas por esta web.


Publicado 6 julio, 2020 por Amalia Domingo Soler en la/s categoría/s "Blog Amalia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.